lunes, 9 de abril de 2012

En el fondo a todos nos pasa.

En el fondo a todos nos gusta pensar que somos fuertes, que vamos a poder con todo lo que nos venga encima, que pudimos con lo de ayer y podremos también con lo de mañana. Pero más en el fondo sabemos que eso no es verdad. Porque ser fuerte no consiste en ponerse una armadura antirrobo ni en esconderse detrás de un disfraz, ser fuerte es todo lo contrario, ser fuerte consiste en asimilarlo. En asimilar el dolor y digerirlo y eso no se consigue de un día para el otro, se consigue con el tiempo. Pero como por naturaleza solemos ser impacientes y no nos gusta esperar, escogemos el camino corto. Escogemos el camino de disfrazarnos de algo que no somos y disimular, sobretodo disimular. Si, a todos nos gusta disimular los golpes, sonreír delante del espejo y salir a la calle pisando fuerte, para que nadie note que en realidad, lo que nos pasa de verdad, es que estamos rotos por dentro. Tan rotos que ocupamos nuestro tiempo con cualquier estupidez con tal de no pensar en ello, porque el simple echo de pensarlo hace que duela. Pero a veces tienes que darte a ti mismo permiso para no ser fuerte, bajar la guardia y darte un respiro. Está bien bajar la guardia de vez en cuando. No queremos hacerlo porque eso supone tener un día triste, unos de esos viernes que saben a domingo, un día de esos que duelen, un día de esos de recordar y echar de menos a los que ya no están en tu vida y a los que están, pero lejos. Sin embargo, hay momentos que es lo mejor que puedes hacer, darte un respiro. Poner tu lista de reproducción favorita, tumbarte en la cama, y si hace falta llorar, llorar por todo lo que haga falta. Eso no nos hace menos fuertes, eso es lo que nos hace humanos.

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